La imponente masa de la fortaleza de
Jaisalmer, labrada en piedra arenisca de color de la piel de león, adquiere
tonalidades áuricas al atardecer, habiéndose ganado la reputación de Ciudad
Dorada.
Pero más allá de la majestuosidad de sus baluartes
o la poética secuencia de callecitas que conforman su entreverada trama
orgánica, la arquitectura de Jaisalmer es considerada una obra maestra de la
adaptación al clima agreste del desierto, a su tórrido calor en verano, a las
frías noches de invierno y a las embestidas de las tormentas de arena, que
replicaran los ataques de tribus cercanas. Es además una muestra de cómo pueden
convivir armónicamente edificios de estilo tan disímil como el palacio, los havelis y los templos jainas.
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